Una familia cruzaba el domingo el río que lleva el mismo nombre de la ciudad satélite de Kiev, Irpin, ubicada al noroeste de la capital ucraniana, pero un ataque de las tropas rusas les sorprendió a medio camino. Sus cuerpos quedaron tendidos en el suelo. Soldados ucranianos y periodistas que estaban cerca se apresuraron a atenderles, pero la explosión les había dado de lleno.
En un segundo, un mortero aniquiló cuatro vidas. Murieron mientras intentaban huir del horror. El proyectil mató a los hermanos Miketa, de 18 años, y Alisa, de 9, al instante. Su madre, Tatyana Perebeynis, de 43 años, todavía estaba viva cuando acudieron a atenderla, pero poco después falleció. Junto a ellos, el joven Anatolij, de 27 años, que avanzaba junto a ellos. El padre, Sergey, no estaba con ellos en ese momento.
Andriy Dubchak, un fotógrafo ucraniano que colabora con ‘The New York Times’, fue el primero en fotografiar la escena de terror. «Estaba caminando por las calles de Irpin. Había personas tratando de irse. Estaba tomando fotos y filmando. Un poco antes había escuchado disparos automáticos, me movía con otros compañeros. Quedó claro que los rusos habían visto desde lejos a la gente que se marchaba.
Eran cientos: mujeres, niños, ancianos, enfermos que estaban siendo ayudados por voluntarios. En ese momento, llegó el proyectil», contó Dubchak, en unas declaraciones recogidas por ‘Corriere della Sera’. Un ataque que, por tanto, habría sido tan cruel como premeditado.
Dubchak grabó la escena estupefacto. Poco después, escuchó gritos y entonces vio los cuerpos tendidos en el asfalto junto a sus maletas y mochilas como una triste metáfora de una esperanza quebrada por la guerra. Corrió hacia ellos y les vio. Miketa y Alisa ya no respiraban, estaban muertos. Tatyana tenía pulso, pero permanecía inconsciente. Falleció poco después.
Las arterias inguinales de Anatolij, el voluntario de 26 años de la iglesia que los estaba ayudando, estaban sesgadas y tampoco lo pudo superar. Junto a ellos, solo quedó con vida en ese momento uno de los dos perros de la familia, que esperaban en su trasportín junto al equipaje.
Fuente: El Correo
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