Martín Mestre, de 79 años, tiene grabada en la memoria la madrugada del 1 de enero de 1994: “Tengo todo fresco en la cabeza, marco un botón y reprogramo el chip”.
—¿Puede marcar ese botón?
—Sí.
La última vez que Mestre vio a Jaime Saade fue en la puerta de su casa después de brindar con su mujer y sus dos hijos. Nancy Mariana, de 18 años, le había pedido permiso para celebrar el año nuevo con Jaime, con el que salía desde hacía un tiempo. Mestre salió a despedirlos.
—Vuelve a las tres, le recordó a ella.
—Cuídamela, le pidió a él.
A las seis se despertó sobresaltado. Le extrañó que la luz de la escalera siguiera encendida y corrió al cuarto de su hija. No estaba.
Se lanzó a la calle en la noche más festiva del año. Recorrió varias discotecas de la ciudad de Barranquilla (Colombia) y le prometió a Dios que si la encontraba en alguna, no la regañaría. No la vio. Condujo hasta la casa de la familia Saade.
La madre de Jaime estaba limpiando el departamento de su hijo, anexo a su casa. En el amanecer del primer día del año. Estaba todo el suelo mojado. La mujer lo miró y le dijo:
—Su hija ha tenido un accidente, está en la Clínica del Caribe.
Mestre se fue al hospital. En la entrada se encontró al padre de Jaime, al que conocía de vista.
—Martín, su hija ha intentado suicidarse.
Los siguientes ocho días los pasaron en la clínica. Una bala había atravesado la cabeza de Nancy, que nunca volvió a recuperar la consciencia. El 9 de enero les avisaron de que iba a morir. “Entramos y le cantamos canciones de cuando chiquita: Nena linda de papá”, tararea hoy Martín. Hasta que el corazón “dejó de dibujar rayas en la máquina y sonó el pitado”.
Ese sonido marcó el inicio de la búsqueda de casi tres décadas de un padre roto. Mestre detrás de las huellas de Saade, al que se había tragado la tierra desde la misma noche de los hechos. “Desde ese día vivo en función de si lo capturan. No es una obsesión, es un deber como padre”.
En 1996, un juez colombiano condenó a Saade por el homicidio y la violación de Nancy Mariana a 27 años de cárcel, a pesar de estar desaparecido. El suicidio fue descartado. Jaime abusó sexualmente de ella y la mató de un tiro en su casa. Mestre sostiene que había alguien más en la escena del crimen. Los investigadores hallaron un tipo de sangre en la habitación de Jaime que no corresponde con la suya ni con la de Nancy, pero si hubo más personas involucradas, solo Saade lo sabe. La Interpol emitió una orden internacional de captura contra él.

La búsqueda
Mestre sabía que las posibilidades de que apareciera eran remotas y decidió no dejar nunca que el caso se durmiera. Como miembro de la armada en la reserva, hizo un curso de inteligencia. Su única opción pasaba por acercarse a la familia, cosa que nunca hizo como Martín Mestre, a pesar de seguir viviendo en la misma ciudad. Llegó a ellos a través de las redes sociales con cuatro perfiles ficticios que creó. Dos hombres y dos mujeres con apellidos árabes y de la región de Aracataca, lugar de origen de los Saade, con los que se ganó su confianza. Durante 26 años la operación no arrojó ningún resultado.
“En el juzgado fueron muy celosos de que la orden de captura se mantuviera vigente. Yo iba muy a menudo. Siempre pensaba que ellos dirían ‘ya vienen el viejo cansón este’, pero no, me colaboraban mucho, se condolían de un padre que sufría la muerte de su hija y querían que se hiciera justicia”, cuenta en una conversación virtual desde Barranquilla. El tiempo corría en su contra. En julio de 2023 se cumplirá la pena contra Saade y, en caso de no localizarlo, quedará en libertad y sin cargos.
A finales de 2019, en los chats con personas del entorno de los Saade empezaron a surgir palabras clave. “Samaria” fue la llave. Mestre y dos coroneles que trabajaban en la investigación lo relacionaron con Santa Marta (una ciudad costera colombiana) y tirando de varios hilos y conversaciones saltó el nombre de un complejo turístico que se llama Belo Horizonte. ¿Y si se había escondido en esa ciudad de Brasil?
La Interpol encontró allí a un hombre que respondía al perfil. Se hacía llamar Henrique Dos Santos Abdala. Estaba casado y tenía dos hijos. La policía brasileña le siguió la pista. Un vaso del que bebió en algún bar sirvió para cotejar las huellas. Era Saade. 26 años después. “Estaba en mi oficina y de la emoción comencé a llorar. Me arrodillé y le di gracias a Dios”, recuerda Mestre sobre el momento en el que conoció la noticia de su detención, a finales de enero del año 2020. La extradición a Colombia parecía solo cuestión de tiempo.
El último golpe
El caso llegó a la Corte Suprema de Justicia de Brasil. Mestre estaba eufórico, convencido de que nada podría fallar y que en cuestión de meses el reo estaría cumpliendo condena en una cárcel colombiana. En todos estos años compaginó su trabajo como arquitecto con la búsqueda incesante. Se separó de la madre de Nancy, que vive en España, y se volvió a casar. Jamás se movió de Barranquilla. Su otro hijo, cuatro años mayor que la que siempre será su niña, vive ahora en Estados Unidos y le ha dado una nieta. A menudo se hablan los tres, madre, padre e hijo, para contarse las novedades del caso. Lo hicieron para llorar, como tantas otras veces, cuando conocieron la decisión de la Corte: empate.
Dos jueces votaron a favor de la extradición y dos en contra. El quinto estaba de licencia y la justicia dicta que los empates siempre favorecen al condenado. “Buscaron la suerte del asesino de mi hija como si fuera un partido de fútbol. Lloré mucho, yo he llorado mucho por este caso, pero no he tenido tiempo de hacer el duelo, siempre investigando, pero no me canso, jamás desfalleceré”. Mestre no se rindió y desde entonces solo busca la forma de revertir la decisión. La opción de que Saade nunca regrese a Colombia no está en su cabeza: “Lo vamos a traer y va a comenzar a pagar”.
“No es fácil”, explica el abogado Bruno Barreto, quien asesora la familia en Brasil y busca los instrumentos jurídicos para poder repetir la votación. Barreto defiende que el Supremo se equivocó en al menos dos puntos. El primero se trata de una cuestión procesal: “Decidió con el empate, pero un proceso de extradición no es un juicio penal, es una medida de cooperación jurídica internacional. Deberían haber esperado el retorno de Celso de Mello [el quinto juez] para finalizar el juicio”, argumenta.
Fuente: El País
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